robert wyatt es su voz, ese susurro de extrema sensibilidad y dulzura que se rompe en cada nota de su propia fragilidad, que se deshace en cada estrofa como la escarcha al avanzar la mañana. así lo ha sido desde rock bottom y no parece que ya vaya a cambiar.
además, con sus dos álbumes publicados en esta década, wyatt demuestra que es un artista que no ha perdido en todos estos años un ápice de su talento, que sigue siendo único tanto interpretando como componiendo; construyendo su propio universo bajo una atmósfera de free-jazz, pop y bossanova que solo en los discos del músico de canterbury consiguen convivir de esa forma, perdiendo cualquier atisbo de armadura externa.
ya, quedarnos con cuckooland puede obedecer solo a una cuestión temporal, porque comicopera es casi igual de imprescindible. seleccionar este y no su posterior puede tener mucho que ver con que es el disco que le descubrió a una generación que llegó tarde a sus primeros pasos en solitario e hizo oídos sordos a lo sucedido en los noventa, empeñados en mirar solo a la modernidad más absoluta. y encontrarse de golpe con un personaje tan sorprendente y un artista tan particular produce un vértigo que inevitablemente invita a lanzarse al vacío, a saltar sin red intentando caer al universo wyatt, abducido por su voz y sus composiciones de cristal.
